De Camyla

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Te paraste sobre mí con las piernas abiertas. Tu sexo se abría frente a mis ojos. El aroma a puerto de infancia me envolvía. Podía ver mis heridas cercadas entre la sedosidad de tus vellos púbicos. En cada rulo rumia el apocalipsis y las tantas veces que he muerto entre estas piernas que ahora me rodean. Te dejaste bajar despacito. La calle estaba atestada de rastrojos humanos. Los pocos que aún están completos permanecen atados a los postes. Los perros lamen sus heridas, mientras nos observan con otros ojos. Ojos volados hacia las membranas que tejen el abismo. Mi mano levanta mi sexo apuntando hacia la entrada de tu vagina. Vas bajando. Mi sexo y el tuyo tienen un primer leve contacto. Tus fluidos de rosa marchita van lubricando el paso lento de mi sexo. Lentamente vas devorando los fantasmas. Lentamente voy desapareciendo en ti. Anulándome la luz.

Tus piernas secuestran mi cintura. Tus brazos mi cuello. Los míos te toman de tus caderas. Tus nalgas son pinchadas por la endemoniada turbulencia de mis vellos. El extraño residente iluminó su rostro. La ciudad atónita advirtió que aún los muertos poseían palabras. Me miraste a los ojos. Yo me vi en los tuyos. Buscabas algo más. Algo que podía ver la punta de mi sexo en la penetrante oscuridad de tu cuerpo. Me dijiste: “Recítame un poema aunque no sea tuyo, dilo a pesar de la extravagancia”. Entre temblores cedí y quedamente te declamé algo de Lobo Antunes: Te amo tanto que no sé amarte, amo tanto tu cuerpo y lo que en ti no es tu cuerpo que no comprendo por qué nos perdemos si a cada paso te encuentro, si siempre al besarte besé más que la carne de la que estás hecha, si nuestro matrimonio se consumió de juventud como otros de vejez, después de ti mi soledad se acrecienta con tu olor, con el entusiasmo de tus proyectos y con la redondez de tus nalgas, si me enfoco en la ternura de la que no logro hablar, aquí en este momento, amor, me despido y te llamo sabiendo que no vendrás y deseando que vengas del mismo modo que, como dice Molero, un ciego espera los ojos que encargó por correo.

Dame tu lengua, me dijiste como vaciando trazos de himnos extraños. Repite el alfabeto conmigo e iniciaste un jadeo incontrolable. Nos aferrábamos con mayor virulencia el uno del otro. Pronuncia con claridad tu nombre, me decías entre brotes solemnes de espasmos afilados, recuérdatelo. Recordar te recuerda que eres libre de tus recuerdos. Vísteme de nuevo con el cuchicheo de tu voz, aunque no uses una gramática correcta. Te meneabas con una violencia criminal. Yo conjugaba verbos imposibles en tiempos inverosímiles. Me empujaba. Te empujabas. Adentro. Hacia adentro. Hacia la oscuridad. Diccionario del desorden. Te poseo ayer, me bebiste siempre. Hambre que traga sin masticar. “Expulsa tu semen y elabora dentro de mí una frase nueva. Lánzame al vacío, arráncame este llanto, apodérate del mundo que guardaba” El diluvio brinca ronco desde los intestinos del deseo. Me derramo. Semen y lágrimas abren a grito templado su paso de una oscuridad a otra. Un ramaje de venas hinchadas intenta atraparme en la habitación, clavan las ventanas y las puertas. Están decididas a absorberme.

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