Sobre "De profundis" de Oscar Wilde


Hasta hace poco tiempo la Abadía de Westminster, el templo de coronación de los sucesores al trono de Inglaterra y una verdadera institución londinense, era la sede de una gran injusticia. En su "Esquina de los poetas" había un vacío: sí estaban Conrad, Elliot, Dickens, por ejemplo. Entre los que estaban nadie parecía sobrar. Sin embargo no había manera de obviarlo, de encubrir el espacio vacío que Oscar Wilde marcaba porque no era una cuestión de méritos literarios (¿cómo despreciar "La importancia de llamarse Ernesto", "El príncipe feliz", Salomé" o cualquiera de sus grandes textos) sino un simple malentendido de preferencia sexual, de juicios victorianos sobre las "buenas costumbres" y las "cosas normales".

De la altura del reconocimiento y la fama, Wilde cayó y rodó hasta una prisión, fue condenado a trabajos forzados, sus pertenencias fueron subastadas. En su omisión de la Esquina de los poetas parecían desembocar todas las humillaciones.

Durante esos últimos años negros, Wilde reflexionó sobre el arte y la vida, pensamiento que podríamos resumir en frases como las siguientes:

"Gracias a la imaginación nos volvemos más sabios de lo que sabemos, mejores de lo que sentimos, más nobles de lo que somos; podemos ver la vida en su totalidad"
"El vicio supremo es la limitación de espíritu. Todo lo que se comprende está bien"
"Las grandes cosas de la vida son lo que parecen. Pero las cosas pequeñas son símbolos".
"El dolor es un instante inmenso"
"Estoy consciente de que tras toda esta belleza, por muy satisfactoria que sea, hay un Espíritu oculto del cual las coloridas formas y contornos no son sino modos de manifestarse"

Y esas frases bien podrían compilarse, siguiendo la tradición de los libros de Máximas (como, digamos, el de La Rochefoucauld), en un texto inspirador, que permita acercarse al colega creador, al investigador o al simple diletante a las reflexiones de un artista capaz de atraer por la suma de obras y excesos de su vida.

Pero esto sólo sería posible después de un procedimiento muy parecido a la disección. Porque es cierto que las citas anteriores son sobre el arte y la vida, son producto de la observación de un artista que ha llegado a la madurez, pero son, por encima de todo esto, intervalos entre los lamentos de un hombre consumido por una pasión por la que, literalmente, entregó todo, y que le ha dejado prácticamente sin vida, sin futuro.

"De profundis" es una de las cartas de amor más salvajes, más reales, más conmovedoras que se han escrito. Está dedicada al amante de Wilde, Lord Alfred Douglas, cuyo padre comenzó el juicio que sentenció a Wilde a cumplir la condena en la cual se extingue.

Es un documento privado, dedicado aparentemente a Douglas pero, en un trabajo intelectual que recuerda a las exploraciones que de su propio espíritu emprendió Michel de Montaigne en sus "Ensayos", Oscar Wilde desglosa su vida, acepta los errores y pretende darle a su ex -amante un último regalo, la comprensión de su tiempo compartido.

Wilde confiesa una militancia literaria irrestricta, es un hombre que prefiere pasar media hora escribiendo que "toda una era" con cualquier amante. El irlandés limpia el cristal con el que veía las cosas en su vida anterior y logra una mayor precisión, deja de buscar la vida en las representaciones de las cosas (que sólo le quedan como recuerdos mientras está encerrado) para verla en las esencias de todos los sentimientos pero, principalmente, en el amor y el dolor.

El lector es conducido a la sabiduría. No al amor como la simple atracción que impulsa a la unión sexual sino como un motor del lado sublime de la experiencia vital. Y el dolor no es la persistente respuesta nerviosa a los desproporcionados esfuerzos físicos que formaban parte de su condena sino una zona del alma, sensible, eterna, oscura pero también fértil desde la cual se puede encontrar una forma de iluminación.

Las cadenas causales que conllevan a la composición de un libro son curiosas. Sin lo exuberante de Wilde no hubiese sido atraído Alfred Douglas. Sin Alfred Douglas no hubiese habido pasión. Sin esa pasión, imposibles los juicios. El encarcelamiento fue la sentencia. Hasta la canalización de la decadencia que lleva a "De profundis".

Uno puede acercarse a "De profundis" por despecho, por admiración al autor, devoción al arte, en busca de consuelo y consejos o condena y pesimismo. Pero no importa el motivo, el magnetismo del libro es incomparable. Y es complicado después de saber algo sobre el texto no buscar la forma de leerlo para encontrar en esa trama que es un pasaje de la historia real de un gran escritor un espejo de reflejos, a veces crueles, pero siempre fieles a la esencia de un alma que es la de Wilde, la del lector o cualquier otra alma humana.

   
     



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