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Ulises & Piscina

Es posible que todo el sol tomado en cinco días junto a la piscina de aquél hotel tenga algo que ver con todo esto. Límpidas imágenes acuáticas entre niños que gritaban en la distancia, rollizas matronas dedicadas, prósperos barrigones con tabaco.  A mi lado, casi todos los días, encontraba una joven madre obesa sin niños. La piel con el color de los cangrejos. Le daba una mirada de cuando en cuando en los momentos en que emergía de las cálidas zambullidas en el torrente caligráfico del Ulises, después de tantos años de abandono (La parábola del buen samaritano es casi tan hermosa como la del hijo pródigo). Me hacía pensar en una equívoca Marion Bloom color cangrejo con una gorra de los Yankees de Nueva York. Todo el tiempo estuvo leyendo un libro escrito por una tal Kathe Long: The Bad Mother’s Handbook. Ya se sabe como pueden ser esos libros. Los largos consejos de la Señora Long. Primera regla: nunca sienta culpa por dejar a sus hijos en casa mientras usted emprende viaje por el Caribe. Llamaba cada cierto tiempo desde un teléfono celular. Demasiados cambios climáticos. Chispas verbales en las páginas del Ulises, Handbook de los sentidos. Fuegos de artificio. Un grito de alegría de un niño en la piscina. Lenta, pertinaz, la influencia de la influenza. La gripe italiana. Aún así, mis ojos seguían los estallidos pirotécnicos. Me dije: «Quiero escribir sobre esto. Quiero escribir en esto». Después: el bloqueo de la escritura. Un fenómeno más común de lo que se piensa. Se toma una ostra, se intenta abrir con el filo de la navaja, pero no hay manera. Tiene esto a la larga una clara alusión sexual. Un chiste fácil, en todo caso. La escritura como un coito. Up & Down. En ese caso el cuento breve sería sencillo de comprender. Coitalmente fugaz. O no: una variante apreciable por todos aquellos que conocen de cerca el valor de los episodios rápidos, intensos, fulminantes. El quickly. Cuando pienso en esto a menudo pienso en esa cadena de tiendas de autoservicio para carros. Lúbricos fluidos en un ambiente aséptico, si bien algo caro. Un burdel de impostada imagen de salubridad. Lleve su motor y nosotros le haremos sentir como una seda. Una imagen netamente masculina,  me parece. Aunque existen mujeres cazadoras que ven algo así por el estilo. Una vez conocí a una bella Penélope-Ariadna rubia que llevaba una libreta con todos los hombres recorridos, por decirlo de alguna manera. Un alto kilometraje. Le pregunté sobre eso. No sabía a ciencia cierta, pero era evidente que tal práctica contable le excitaba. De ser una carretera, uno podría preguntarse si su recorrido se trataba de un camino largo, entre cardones y cercas de alambre algo derruidas o, acaso, una ruta por las montañas entre curvas, regresivas, inesperados farallones con señales de tránsito escritas sobre carteles amarillos: Achtung! Pendiente resbaladiza. Curiosa esa palabra, por cierto. Algunas personas la pronuncian con efe. Resfaladiza. Veo que es más difícil así de pronunciar. Una lefra que fe resfala y cae con un flondo fonido de fonomatopeya. No es tan difícil intentar este tipo de escritura, después de todo. Un ejercicio musical y gozoso, si bien me temo que difícil de leer. Pido disculpas, pero no demasiado alto. A fin de cuentas la literatura de todo el siglo XX está repleta de centenares de tipejos miopes que lo han hecho. Uno más, ahora. A veces es difícil soportarlo. Recuerdo hace años, (todavía era adolescente), un crítico o algo así escribía en una revista cultural una súplica para que los escritores jóvenes dejasen de una buena vez intentar las malas y tristes copias del monólogo interior del Ulises de Joyce. El hombre casi lloraba, por lo que recuerdo. Pienso que fue algo que estuvo muy de moda en los ochenta. Si no me equivoco. A mí mismo me desagradaba encontrarme con esas historias impostadas donde un antihéroe de poca monta, un Telémaco Desmelenado, narraba sus insípidos y naturalmente desdeñables pensamientos en cuatro o cinco cuartillas entre palabrotas, en varios sentidos. El primero, bueno, el literal como se sabe. Un eufemismo donde la obscenidad se alegoriza por un tamaño superior (en el cine, los rufianes casi siempre son altos, vestidos con sobretodos negros: eso queda). Otro dato curioso: las obscenidades agrupadas por sus rasgos más concretos: palabrotas o, también, por su color. En algunos países se habla de chistes colorados o chistes verdes. Lo de verde nunca lo he podido pescar muy bien. Algún sentido debe tener. Pienso en un chiste verde y pienso más bien en un chiste frutal. Chiste-Guanábana (¿Será acaso una velada alusión escatológica al guano? Recuerdo a Vallejo, en Trilce: «el guano, la simple calabrina tesórea/ que brinda sin querer,/ en el insular corazón./ Salobre alcatraz, a cada hialóidea/ grupada»). Escatológicamente hermoso. Vallejo se merecía el premio Nóbel tanto o más que Neruda, creo yo. Aunque claro, todo lenguaje –el que sea– también está repleto de referencias falsas. Nace de ellas. Un ejemplo que es casi un nonsense: Otra vuelta de tuerca, la novela de Henry James. No significa nada. Puede buscarse lo que se desee. Pero no significa nada. Su significado, en todo caso, remite más a la historiografía –iba a decir hagiografía, cosa divertida– que a un sentido explícito. Voy a escribirlo aquí, a fin de cuentas estoy jugando. Plays, plays, plays. Algo en mi descargo: es domingo en la mañana. Tengo gripe. Increíble las veces que puede estornudarse. Casi nadie estornuda en las páginas de la literatura. Tose, gime, grazna, pero no estornuda. Cortázar escribió sobre la falta de silbidos. Tampoco se ven mucho que digamos. Fui-fui-fui-fí. Snichhh!-Aggh!. Silbido con estornudo. ¿Qué es un estornio? Sé que es un estornino; no sé si significará lo mismo. Pájaro bastante pequeño: aprende rápido. En fin, la historia de Otra vuelta de tuerca. La leí en un libro de Monterroso. Eehhh… no la puedo recordar ahora…. ¡Magica Mnemosine! Sí, el libro es La Palabra Mágica. (Lo que no alcanzo a recordar es el título del ensayo. No importa). La historia es así: el título original de Otra vuelta de tuerca es, era: The Turn of the Screw. Literalmente: La vuelta del tornillo. Su sentido, en inglés, es forzar a alguien a hacer algo. Así, la traducción correcta sería: La Coacción. O incluso: La Conminación. Pero su traductor al castellano la tradujo por Otra vuelta de tuerca, beneficiando la literalidad eufónica antes que la semántica cacofónica. Hizo bien. Sería espantosa una novela con un título tan desafortunado como la coacción. Más: se trata de un gesto de justicia con el bueno de Henry James. Justicia, digo, si se recuerda aquella simpática historia en la que James, obsesionado obseso de lo oblicuo, al describir a una actriz fea y ligera de cascos dijo: «aquella pobre casquivana poseía cierta gracia cadavérica». Tiene gracia, claro. En fin, no significa nada en realidad. O significa en el entendido que acompañemos el libro con una portada en la que un handyman  con braga y caja de herramientas hace intentos por reparar algunos tornillos desajustados. Pero habría que cambiar todo el libro, me temo.

 

Llevo ya 93 líneas. Recomiendo ampliamente este juego. Sin gripe debe ser mejor, supongo. Uno comienza y entonces es difícil parar. Palabrofilia, podría llamarse. No se trata de escribir por escribir. Se trata sólo de escribir. Aunque claro, de poco valen esas aclaratorias. Se supone que algo parecido al fluido de conciencia no debería aclararse. Todos asociamos el fluido de conciencia o el monólogo interior con James Joyce. (Este es mi influenciado homenaje, James: donde quiera que te encuentres deseo que tengas buen vino ¿Habrá glaucomas en el más allá? Sería metafísicamente escandaloso). En realidad, Joyce dejó claro en su momento que era deudor de una novela olvidada de Edouard Dujardin (no lo conozco), titulada Les Lauries sont coupés. Con esa aclaratoria, Joyce convirtió a Dujardin en un Ave Fénix. Revivió entre las cenizas dispersas del olvido. Su novela volvió a ser leída (por ahí circula una traducción al castellano). Incluso, Dujardin se permitió componer un libro sobre la técnica. El título: Le monologue interior. No fue el único servicio literario de James Joyce, por cierto. Años antes en Trieste, cuando daba clases particulares, conoció a un próspero industrial judío, Ettore Schmitz, quien había escrito un par de libros ignorados por la estrábica mirada de la crítica. Algo de influencia debió tener en su ánimo, pues Schmitz intentó una tercera vez, entonces compuso La coscienza di Zeno, que Joyce hizo leer a Valéry Larbaud y, a través de este, llegó a las manos del mismo Eugenio Montale. ¡Bum! Catapultado a la literatura italiana. Vale decir que el oscuro Ettore Schmitz era Italo Svevo. No está nada mal. Escribes un libro que será referencia para todo el resto de la literatura y, además, les das una o dos manos a dos escritores sumergidos en el anonimato. Virginia Woolf se lo perdió, (pero no era anónima). No pudo ver de frente el Ulises. Demasiado remilgada. Patética esa historia de burlarse del libro junto a Catherine Mansfield. Su esposo (el de la Woolf, no el de la Mansfield) vivió un tiempo en Ceilán, ahora Sri Lanka. Por cierto, los elefantes me indican que ya se acerca el final. Antes, un par de datos curiosos: el 16 de Junio los Joyceanos más fanáticos celebran el aniversario de los sucesos acaecidos en el Ulises. Le llaman Blommsday. Comen un riñón de cerdo con té y tostadas (Habría que preguntarles si también ofrecen algo de comer a la pobre gata de la familia Bloom: ella también come algo esa mañana. Leche y restos del riñón de cerdo, también). Pero se trata de un ritual demasiado masón para mi gusto, realmente. Toda secta oculta el abandono del fuego vital por un promesa vagamente histérica. El Ulises está vivo, en el lenguaje. El órgano no es el riñón: el órgano es el corazón. Y el oído, claro. Bueno, con esto es suficiente. O mejor decirlo como en el final demente de otro heredero del Ulises, Tres Tristes Tigres: ¡Basta!

 

(Más estornudos)