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Sobre ”Líderes  en guerra: Hitler, Stalin, Churchill, De Gaulle”, de Aníbal Romero

I Hitler 

En la sala de trabajo, rodeado de sus más cercanos colaboradores, y bajo el cañoneo de las tropas soviéticas que se cernían masivamente sobre Berlín, Hitler estudiaba los mapas, daba órdenes a ejércitos que habían dejado de existir, planificaba contraofensivas con divisiones que sólo vivían en el papel, enumeraba tanques y aviones que yacían humeantes a todo lo largo de su Reich. La fantasía y las ilusiones se hicieron dueñas absolutas del jefe nazi en la agonía de su carrera.

 

La guerra es una forma de relación entre los hombres y entre las sociedades, como si fuera un lenguaje brutal que tiene como objetivo que los participantes del proceso hagan entender al otro su punto de vista de manera violenta. Cada guerra tiene (señalan los teóricos) su componente político, azaroso y  de pasiones extremistas: nacionalistas, racistas, clasistas. Y nadie parecía encarnar un perfil del hombre de guerra mejor que Adolf Hitler y aquellas características que realmente no poseyó le han sido agregadas por la leyenda y aún en los nietos y bisnietos de una generación que sufrió con menor o mayor suerte la tragedia de los campos de concentración corren, en la sangre y los relatos orales, los pasos de una pesadilla que tomó forma en la Segunda Guerra Mundial.

El problema moral que plantea la guerra para un ensayista que desea hacer una revisión desde el punto de vista de sus protagonistas es que debe “ponerse un pañuelo en la nariz”, cerrar los ojos y no juzgar sino presentar los genios militares en su justa dimensión, mostrar a los lectores que como a algunas personas les apasiona el fútbol, el béisbol, la música hay hombres que nacen con una pasión innata por la guerra y las más veces terminan sacrificando personas inocentes que alienadas o engañadas o cegadas siguen, gritan consignas, escriben propaganda o toman un fusil y amedrentan o matan al supuesto enemigo. También debemos sumar que la guerra se ha convertido en un negocio lucrativo que empresarios fomentan para mantener las demandas de sus productos, por esto a la guerra, como decía Cristo de los pobres, siempre la tendremos con nosotros.

 

II Stalin 

Stalin conocía el arte de esperar en las sombras hasta que se presentaba el momento oportuno (…) se dejaba subestimar, permitía que sus enemigos le menospreciasen; entretanto, preparaba ventajosamente la hora del desquite.

 

Aún se utiliza la frase “purga estalinista” cada vez que en alguna organización se realiza una expulsión sistemática de sus  miembros y, aunque triste, ese mecanismo resume los métodos de Stalin.

No era el más brillante, ni el mejor preparado, no era el guerrero más arrojado, no era el estadista más suspicaz ni el líder más carismático, pero se dedicó a su objetivo, alcanzar el poder, con una devoción arrolladora que le permitió incluso unirse a las fuerzas aliadas para revertir las posiciones que Hitler había ido ganado en el transcurso del conflicto.

En un cuento de Allan Poe una comprometedora carta robada se hallaba oculta en un lugar obvio (encima de una chimenea) para intentar su camuflaje. Stalin se escondió en la inmensa vanidad de sus adversarios que siempre le creyeron inferior, él no se permitía alardear simplemente trabajaba para personificar el poder absoluto.

 

III Churchill 

En la guerra: resolución; en la derrota :rebeldía, en la victoria: magnanimidad; en la paz: buena voluntad

 

Sir Winston Churchill ha sido acusado de indeciso, de contradictorio incluso de poca visión política como fue el caso de su limitadísimo enfoque de la situación en la India. Sin embargo, quienes así le critican parecen olvidar que en muchos episodios de la historia de la humanidad existe un lamento más o menos explícito por la separación que existe entre las personas de pensamiento y las personas de acción: parece que aquellos dedicados a la reflexión y el análisis, quienes tienen las respuestas apropiadas para los problemas de su tiempo ocupan tantas horas en el laborar de su mente que quedan incapacitados para materializar sus postulados; mientras los hombres de acción son una raza impaciente que sólo se maneja en la pasión y este pulso asimétrico, arrítmico termina por arrastrarlos, y con ellos a sus seguidores, a verdaderas tragedias que aunque luego puedan revertirse dejan flotando la pregunta: ¿no podía haberse evitado?

Churchill pensó, escribió, debatió en el parlamento británico pero también supo ser, desde el Almirantazgo, un guerrero que demostró a toda Europa aquel principio que dice que la voluntad del adversario es una de sus fuerzas incalculables.

Un guerrero que no ama la guerra por sí misma sino que la comprende en su dimensión política es un verdadero patrimonio de la humanidad en cualquier época.

 

IV De Gaulle 

Hitler encontró el obstáculo humano, que no es posible franquear (...) los hombres son almas al mismo tiempo que légamo, y actuar como si los otros jamás tuviesen coraje es aventurarse demasiado

 

Y llega Aníbal Romero al final de su libro, que más que Historia ya escrita en tablas de piedra es un manual de interpretación de algunas realidades actuales, hablando de Charles De Gaulle, el Mariscal que exilado no tenía el respeto de nadie, sólo su voluntad, su convicción en que era él quien tenía por destino recuperar a Francia para los franceses, creyó “esperanza contra esperanza” como dice la Escritura, encontró eco en Churchill, a quien deslumbró desde los primeros encuentros, y completó este cuadro de líderes que se enfrentaron a todo o nada por el dominio del mundo.

La materia de la historia son los hechos, pero los gestos inacabados quedan como hilos sueltos que podrían ser retomados en algún momento, para imaginar los reversos de las monedas, porque sabemos que no siempre la voluntad vence, ni la racionalidad, ni hay guerreros dispuestos a pactar con sus enemigos naturales para vencer un mal mayor. Y el libro de Aníbal Romero es el testimonio de aquellos hombres que moldearon al mundo con visión, imaginación y, sí, violencia, arriesgando vidas, países enteros para obtener una victoria. Y el libro de Aníbal Romero es la lectura obligada para aquellos que hoy, en Venezuela, en Latinoamérica, pelean en leyendas folklóricas, vociferan por televisión, gritan en concentraciones políticas y se creen cabezas de ejércitos, conductores de una guerra en la que se juega algún destino trascendental. “El que vive de ilusión muere de desengaño”, reza un dicho popular. Y a más de una aunque sea un amago de sonrisa se le escapa.