EN BUSCA DE UN LUGAR LLAMADO LIBERTAD...

Amo,
sí, amo.
Amo la lluvia torrencial que alimenta los torrentes, los torrentes que rugen y ambientan con sus ecos la sierra que recorre el norte de mi tierra.
Aún bulle en mis venas la sangre de aquellos antepasados que un día zarparon en busca de paraísos perdidos y un bello paraíso hallaron. Al igual que ellos, rindo culto al vino, blancos, rosados, tintos. ¡Ah! Tintos, dulce éxtasis de mis sentidos.
Placer,
placer y paz,
tumbado en la playa, curando la resaca, mientras fragmentos de los arcoiris rebotan entre los cielos y las aguas, atrapando en su vaivén la atención de mis pensamientos.
En el centro,
centro de la obra maestra, una perdida ola construye una torre de espuma y marfil, ocultando los destellos de un sol que vomita bienestar.
Me río y no lo creo.
Aguas de colores me acompañan y la luz ya no me molesta.
¿Donde estará aquel torrente que rugía en el norte?
Aquí,
aquí en el sur los torrentes ya no rugen, penetran suavemente en un mar angustiado, poblando la superficie de vida en su dulce acción.
Aguas que penetran aquellas aguas que un día hace algún tiempo trajeron a aquellos ancestros procedentes de algún desconocido puerto, mucho más allá de aquella línea que une el cielo con el mar.
Hubo un tiempo en que hundieron barcos con piedras, yo no lo hago, ni tan siquiera se manejar un honda, pero cada vez que salgo, recuerdo a mis antepasados y la penúltima copa siempre es a su salud.
Quemaron sus pieles en un horno, vendieron sus armas por vino y su vino lo cambiaron por mujeres.
De aquellos predecesores tan sólo queda el recuerdo y bajo un palacio, cuna de una corta dinastía de reyes, una estatua de bronce nos recuerda que allí estuvieron.
Sombras,
está oscureciendo y la brisa del mar se lleva mis recuerdos de aquella raza que una vez llegó por vez primera.
Debo levantarme y volver a casa. Al otro lado una riada humana comienza a celebrar la noche, es el rito de todos los veranos desde que tengo uso de razón, tal vez esta noche debiera unirme a ellos una vez más, quizá debiera volver a regar con alcohol mis arterias, pero no, está noche no.
Es curioso, todos los que han pasado han colmado su sed con noble licor y saciado sus apetitos en la vieja arena en la cual estoy tumbado, tal vez el embrujo de los mares. Que no se me olvide decirlo, la mayoría ha vuelto una segunda vez y asegura que el próximo año será la tercera. Quizá hallaron el paraíso al igual que mis antepasados. No sé, deberíamos preguntárselo a ellos.
En fin se ha puesto el sol, ha llegado la hora del espectáculo de luces y sonido, neones que danzan al son de ritmos frenéticos. Yo debo levantarme y volver a casa.
Caminando de regreso entre el gentío, tal vez me dé cuenta de que no merece la pena y decida ir a gastar mis energías a cualquiera de los locales, entre humo, multitud y sudor. Para luego, al amanecer volver a la playa a dormir la borrachera, supongo que siempre será mejor que levantarse para ir a trabajar.
Sonrío feliz al ver a los extranjeros pasar, durante unos días se han olvidado de quienes son y noche tras noche, en sus fiestas son felices, al recordar que aún son humanos.
Curiosamente me pongo a pensar en que días atrás conocí a aquella chica. ¿De donde era? No lo recuerdo. Bueno, no tiene importancia, seguro que ahora está en su país, con su marido y algún hijo y trabajando día tras día.
Ya estoy en el hogar. ¡Qué suerte! Creo que me dirigiré directamente a la cama sin pasar por la nevera.
Esta noche quedaré largo tiempo mirando el techo, me fumaré un cigarrillo tras otro y a través del humo soñaré en aquellos que hace años surcaron los mares para descubrir la tierra que habito.
Después me dormiré, en paz con todo el mundo.

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