Hasta el Fin del Mundo

Es fácil perseguir a alguien hasta el fin del mundo. La idea de distanciarse de la realidad del entorno, con sus carencias y responsabilidades, hace que una persecución por todo el orbe no sólo tenga una connotación altamente romántica, sino que además provoque ese rush de estar cometiendo una locura con nuestras vidas. ¡Ah!, ¡esa maravillosa dulce sensación de la irresponsabilidad!

En una ocasión estuve a punto de hacerlo: dejar toda la mesa servida e irme al demonio en persecución de un chileno del que estaba patéticamente, inconteniblemente y ¿por qué no? irresponsablemente enamorada. Una descarga eléctrica en el hemisferio derecho de mi cerebro hizo que me quedara. De vez en cuando, sin arrepentimientos, recuerdo mis paseos imaginarios con Claudio por Madrid y me veo trabajando con mi laptop desde cualquier parte del mundo, sentada sobre un diminuto morral con todas mis pertenencias terrenales.

Pero siempre está la pregunta, ¿por qué viajar miles de kilómetros en busca del amor cuando hay altas probabilidades de que el mejor clavel esté en nuestro propio jardín? Siempre que conozco a alguien por azar en otra ciudad me pregunto si estaba escrito que lo conociese. Este sentimiento, multiplicado por diez mil, me viene cada vez que conozco a un hombre en la red. Siempre, desde la aparición de los primates nómadas, ha existido la posibilidad de conocer a alguien en un viaje, pero cuando yo nací, ni siquiera estaba planeado que la gente se conociese electrónicamente.

Hay un "tipo poético" que me persigue en la red desde hace meses y no sé qué hacer, ¿y si es alguien buena gente, que simplemente insiste en conocerme? ¿y si es un obseso-compulsivo buscando la presa de la temporada? Voilà la question, ¡qué ladilla! Siempre hay alguien que te ladilla de vez en cuando, no por su personalidad ni su insistencia, sino precisamente por las dudas que suscita, que a manera de aura, comienzan a envolver los edificios, los autobuses, las escaleras que subo, los libros, los vasos de agua que bebo, la gente con quien hablo. La duda de no saber cuándo y de qué forma se presentará el príncipe celeste, ¿será anunciado por heraldos carmesí? ¿vestirá Armani o llevará siempre una franela blanca por fuera de sus jeanes desgastados?

Me envía mensajes con poemas que no termino de dilucidar si son pret-a-porter porque hablan de cosas universales o son dedicados porque hablan tan específicamente de mi carácter. Detesto cuando un extraño adivina partes de mí que no conoce, me hace mirar con suspicacia el teléfono, los bombillos de la sala y las esquinas superiores de mi habitación. Es una lección a mi paranoia y también un cierto golpe al ego.

Quizás episodios como estos sean bromas del titiritero, un ejercicio para matar el tedio, una diversión en el guión de nuestras vidas:
"Su nombre era Martín/Claudio/Andrés, me escribió por primera vez la mañana/tarde de un día frío/alegre/vertiginoso de febrero/junio/octubre, decidí ignorarlo".
"Cuando ignoras a estas personas, sólo pueden ocurrir dos cosas:" etcétera, etcétera.

Y entonces la historia podría terminar con un renacimiento filosófico-espiritual de los protagonistas y, aunque estuvieron juntos hasta casi las últimas 50 páginas, cada uno toma su vía, ¿por que no?, desde un punto neutro en alguna locación remota del planeta.

Pero yo definitivamente en la segunda página supe que no éramos los protagonistas. Sólo que el individuo insiste en que estoy ciega, en que si él encontró a su princesa no puede haber ninguna equivocación, sino que "bueno, pobre mujer, está demasiado embelesada en su propio mundo y no sabe nada de nada, así que si insisto e insisto e insisto y cambio de dirección y le mando mil poemas, y fotos y demás etcéteras, ella algún día se va a dar cuenta". No es el típico ser al que le puedes decir "this conversation is over". Espero que en la página 286 por fin se dé cuenta de que en realidad su vecina era la principesa.

Lo peor de esta especie de persecución pasiva por e-mail es que, a diferencia del teléfono, levantar el auricular no es opcional. Cuando la contestadora atiende, me da el poder de decidir si la llamada me interesa o no, en cambio con el e-mail no puedo decir mentiras, recibiste el mensaje y ya, la otra persona lo sabe.

Tengo su teléfono en la mano, cien mil veces he roto papeles iguales a este y alguien siempre vuelve a garabatear el número. Hoy estoy especialmente sensible porque pronto tendré que tomar decisiones importantes en mi vida y pueda que mi sueño se haga realidad y, sí, da miedo que los sueños se vuelvan realidad. La verdad, no sé si estoy preparada para ser lo que siempre he querido. Con un boleto de montaña rusa en la mano, pondero qué es lo que responsablemente debería hacer.

-Daniel Pratt, a partir de ideas sueltas de Fanny Díaz.

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