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Hulk

Dir.: Ang Lee. 2003.

    El realizador Taiwanés Ang Lee ha superado la difícil prueba de ejecutar, con sentimiento y sensibilidad, un encargo de alto presupuesto que se le pudo escapar de las manos, de no haber hecho el esfuerzo por domesticar a la bestia de los efectos digitales con una buena dosis de inventiva visual, representada en esa manera tan oportuna de dividir la pantalla en varios recuadros con el fin de traducir el idioma de las historietas al lenguaje del cine, llevando a un primer plano todas las potencialidades expresivas de las viñetas de los cómic.

    Pero además de experimentar con el arte de la producción y la postproducción, el polifacético director ha procurado dejar constancia de sus inquietudes temáticas durante el transcurso del metraje, humanizando a los personajes principales de la caricatura original, sin que por ello pierdan un ápice de su esencia.

    Hulk nace en los años sesenta, en los albores de la contracultura y el pacifismo, como una imagen prototípica del clásico antihéroe norteamericano, pero a la vez, como un efecto colateral de la onda expansiva de la era nuclear, al igual que Godzilla, y otros monstruos de la época que se reproducen por las pesadillas de la razón radiactiva.

    Por tratarse de un personaje netamente esquizofrénico se le compara con Dr Jekill y Mr. Hyde, arquetipo de la enajenación contemporánea, metáfora del hombre incapaz de dominar sus demonios. Por ser el resultado de un experimento tecnológico se le relaciona directamente con Frankenstein, al extremo de que muchos semiólogos lo consideran el prometeo posmoderno.

    Ya en un plano menos anecdótico, no podemos pasar por alto el hecho de que Ang Lee haya dotado de psicología a sus protagonistas, confiriéndoles una dimensión dramática propia de las películas fantásticas del terror expresionista, y una vehemencia arrebatada de la tragedia visceral, así como del folletín sin emociones reprimidas.

    Gran experimentador del cine de aventura, amante del lejano oeste y de las artes marciales, de las comedias domésticas y del humor minimalista, Ang Lee se ha propuesto con Hulk hacer su propia lectura del subgénero del superhéroe de caricaturas, como antes lo hizo Tim Burton con la gótica Batman, Sam Raimi con la rápida y mortal versión de El Hombre Araña, Brian Singer con la sospechosa Hombres X, y Guillermo del Toro con la saga Blade.

    Al igual que estos autores, Ang Lee ha adoptado la imaginería de los dibujos animados a su particular universo cinematográfico, narrando otro de sus tormentosos melodramas familiares al ritmo y al estilo de un cómic freudiano, edípico y refractario como una terapia de shock bajo el efecto de los rayos gamma.

    En resumidas cuentas, Hulk transpira personalidad por todos sus poros, más allá de su bronceador digital, erigiéndose en un peculiar alter ego de su creador, el taiwanés Ang lee, un insólito y extraño espécimen dentro de la uniformada industria del cine; un autor que se atreve a mirar el presente con los ojos del otro, para contemplar con distancia y reserva a los defensores de la injusticia infinita: militares reaccionarios en guerra contra la alteridad y la diferencia.

-Sergio Monsalve
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Ciudad de Dios

Dir.: Fernando Mireilles. 2002.

    Ciudad de Dios conjura el pandemónium de una capital del infierno, erigida de la nada, sepultada en el olvido y abandonada a la suerte de la ruleta rusa por los arquitectos del orden y el progreso.

    Al modo de la estructura de una urbe entrópica y apocalíptica, Ciudad de Dios se construye sobre el pilar de la teoría del caos, sobre la base de las fusiones culturales, sobre el cimiento del metalenguaje videoclipero, contra los discursos lineales, y bajo la sombra de la estética de la violencia, edificada por el Cinema Nouvo en los años sesenta.

    Si queremos rastrear los antecedentes históricos de Ciudad de Dios, inevitablemente debemos remontarnos al pasado del cine Brasilero, pues está película furiosa y terrible no surge por generación espontánea, sino por efecto de la obra de Gluber Rocha, cabeza visible del Cinema Nouvo y padre fundador de la estética de la violencia del hambre.

    Salvando las abismales distancias de tiempo y concepto, Gluber Rocha acomete una empresa cinematográfica similar a la del director de Ciudad de Dios, en el sentido de digerir todas las influencias audiovisuales posibles e imposibles, para concebir un largomentraje mestizo y heterogéneo, con diferentes rastros de identidad.

    De conformidad con los experimentos del cinema nouvo, el realizador de Ciudad de Dios se convierte en antropófago para engullir a placer desde la historia del cine brasilero hasta el cine hiperviolento de Sam Penkipah, desde las películas callejeras de Scorsese hasta los espirales tremendistas de Tarantino, desde el realismo sucio y desesperado de Hector Babenco hasta el hiperrealismo poético y salvaje de David Lynch, en una explosiva combinación genérica del cine de gánsters con el de buenos, malos y feos, en una extraña mezcolanza conceptual condenada por trivializar la violencia y elogiada por documentarla sin medias tintas.

    Disparos más, disparos menos, nos encontramos ante un legítimo objeto singular de la posmodernidad. ¿Y qué entendemos por un objeto singular? Según Baudrillard, es lo opuesto a lo neutro, es lo irrepetible, lo indestructible, lo que seduce aun siendo feo. Se puede amar o se puede odiar, pero es siempre ineludible. Según nosotros, es la oportunidad de ver una película única e intransferible como Ciudad de Dios en nuestra cartelera de estrenos consabidos y refritos, de segundas y terceras partes, de sospechosos habituales y lugares comunes.


-Sergio Monsalve
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V.I.P.

    Los niños mimados del quinto mundo construyen simulacros arquitectónicos a escala del primero, pero con materia prima del tercero. Angustiados por el caos y el desorden urbano, acomplejados como Federico Vegas por el “devenir islámico de nuestras agoras y plazas”, costernadísimos como Oscar Lucien por la “buhonerización” de las aceras y avenidas del centro, los vaporosos del este fantasean sustituir el perfil geodésico de la Caracas de hoy por el de los lugares y no lugares de la distinción cosmopolita, donde el mármol pulido, el vidrio, el hierro, el granito y los acabados “fisnos” se complementan para acoger al público VIP, a la gente “very important” de la cultura, el show bussines, el petróleo, la demagogia, la cebada, el narcotráfico, la derecha y el libre empresariado.

    Luego de fundar en el este el territorio liberado de la chusma del oeste, después de inaugurar el trasnocho cultural en forma de shopping pseudopomposo y nuevoriquense, tras acuartelar urbanizaciones con murallas y alambre de púas, en paralelo a la privatización del espacio público y a la diseminación nacional del centro comercial, emerge el nuevo paradigma en construcción ostentosa: la sala de cine V.I.P para la persona chic.

    ¿Qué innovaciones brinda la última generación en multiplex para gente con clase? ¿Mejores películas? Tal día como hoy programan Canguro Jack, una de atrápame si puedes, Recién Casados, una de pareja imperfecta con luna de miel impredecible, Lagrimas del Sol, una de vaqueros posmodernos con Bruce Willis a la cabeza, Matrix Recargado, una sionista de pueblos elegidos en el futuro cercano, En La Oscuridad de la Noche, una con título redundante y tautológico, y Una Intrusa en la Familia, una de pareja dispareja con Steve Martin y Queen Latifah.

    ¿Servicios de primera? Pongámoslo así: es como ver una película en clase ejecutiva con asientos reclinables, pero sin cóctel de bienvenida. La gran ventaja es que si la película resulta siendo tan aburrida como la que pasan a diario en American Airlines, usted puede dormir a pierna suelta, siempre y cuando el ultrasonido se lo permita.

    Pague la diferencia, las nueve o quince lucas, si quiere codearse con la crema infausta del quiero y no puedo vernáculo. Siéntese al lado de Daniela Kosan y compórtese como Luis Chataing. A lo mejor lo confunden con alguien importante y le brindan unas cotufas sin sal. Los palos y pasapalos corren por cuenta de su bolsillo y las supercherías por la casa. Las sonrisas son gratis, pero tan fingidas como en McDonald’s. Finalmente, no olvide salir del recinto, echando pestes y culebras de la sala, para que todos se coman el cuento de que usted es una persona very inteligente, aunque sea todo lo contrario, like me.



-Sergio Monsalve
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Embriagado de Amor

Dir.: Paul Tomas Anderson. 2002.

    Este geniecillo precoz, heredero de Robert Altman, que ya demostró al mundo por qué nadie puede filmar en Hollywood un plano secuencia mejor que él y Martin Scorsese, que debutó con una opera prima categórica y rotunda, que figura una lluvia de sapos como el deux machina de su Magnolia, se despacha una farsa alienígena y clásicamente romántica, con una factura de humorada minimalista, deudora de los Coen, de los Kaurimasky, de Wes Anderson, de Jim Jarmursch y de tantos otros que abonan a su cuenta el capital del cine silente.

    Pocas palabras, economía de medios argumentales, una línea caliente como en Vidas Cruzadas, una peligrosa pandilla de inútiles como en el Gran Lebowsky, y dos soledades entrañables extraídas de alguna lectura memorable o de alguna película de Wilder, son las basas de Embriagado de Amor, film que además tiene la virtud de rescatar a Adam Sandler de su oscuro pasado a las ordenes del peor postor, y de transfigurar a Emily Watson en una portentosa actriz de comedia. Phillyp Seymor, amuleto del director, también contribuye a la buena causa con otro de sus secundarios impagables.

    La dirección, por supuesto, sobresale del montón. De ello pueden dar fe una media docena de encuadres concebidos según águdos criterios de composición, una que otra sección áurea por aquí y por allá, un recital de profundidad de campo, y una acabada fotografía en contraluz reservada para dignificar ese momento en que el final feliz es la regla del género. De resto, la película ofrece un digno material para atestiguar la evolución conceptual del autor, la adaptación de sus temas al marco metodológico de Chaplin,y el progreso de su atinada disección a los males y bienes, a las glorias y contradicciones, a las carencias y falencias, de la absurda sociedad de consumo.


-Sergio Monsalve
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Mi Hermana la Gorda

Dir.: Catherine Breillat. 2001.

    Hay películas con gorditas tristonas y acomplejadas, que ahogan sus penas en helados de tinita con cinco capas de crema, chocolate caliente derretido y lluvia de maní. También abundan las teenmovies con gordilindas o gordibellas de ojitos revoltosos, que de tanto suspirar por el galán de la partida, acaban por echárselo al agua contra todos los pronósticos de los pájaros de mal agüero. Además existen comedias rosas con misses de botero, que pescan en el transcurso del metraje al mister barrigudo de sus sueños. Incluso, de vez en cuando, la obesidad del fetichismo o el fetichismo de la obesidad nos toma por sorpresa en algún estrafalario blandiporno con erotismo de dudosa calidad, y excesivo morbo de por medio.

    Mi Hermana La Gorda tiene un poco de lo todo dicho, y lo justo e indispensable de lo jamás referido por el tópico de la rolliza en camisa de once varas u once tallas menos. Por situarse en ese extraño lugar a camino entre los dominios intervenidos y los márgenes inexplorados, incomoda al morador de las malas tierras del folletín, al habitante del país de las maravillas, y al colono de las superficies del cine francés, donde se asientan los amantes del fin de siglo, las cabelleras postizas y Juliete Binoche.

    En cambio, el nómada de las culturas híbridas emigra a gusto por las fronteras estéticas del cine de la Breillat, por los espacios limítrofes que separan al mundo feliz de la miseria del mundo.

    Enclavada entre el arte y el artificio, la filmografía de la autora, al igual que la obra de Liliana Cavanni, invita al espectador a descubrir la antípoda de los géneros devenidos en basura por el reciclaje automático de sus signos, imágenes y señas de distinción.

    El porno suave adquiere una nueva dimensión, casi metafísica, casi feminista, casi abstracta, en la impenetrable y amarga Romace X, cuyo mayor atributo consiste en cuestionar, desde adentro, una forma de explotación sexual, sin apartarse de las coordenadas estilísticas del erotismo audiovisual. Es decir, la Breillat crítica al soft core, haciendo soft core, a diferencia de Paul Tomas Anderson que lo examina con ojos de censor en Boggie Nights, o de Milos Forman que lo estudia sin libertad de expresión en un film que la defiende a capa y espada como el caso de People versus Larry Flint, una película tan paradójica como su propio protagonista.

    Pues bien, la misma estrategia de abrazar las estructuras de un género instituido para darle la vuelta, o el mismo Jiu Jitsu o Hay Kido mediático de absorber las energías de la cultura dominante para ir en su contra, ha sido adoptado en el discurso de Mi Hermana la Gorda, con el satisfactorio objetivo de trastocar las convenciones de la película adolescente, desdibujando sus líneas de expresión al someterlas al paso del tiempo naturalista de la literatura decimonónica, donde las horas y las represiones van acumulándose con parsimonia y acritud hasta explotar en el momento menos esperado o en epílogo como en las ceremonias sanguinarias de Chabrol.

    Película masoquista y atormentada como el resto de la filmografía de la realizadora, Mi Hermana la Gorda reedita la vieja polémica del erotismo y el sexo entendido como un ritual de tortura, sacrificio y muerte, o como un acto liberador, placentero y reconfortante. Discusión antiquísima, resucitada cada vez que Oshima, Cronenberg o Breillat estrenan una buena o mala nueva.

    En contra de la primera postura y a favor de la segunda, se inscribe el francotirador de tartas encremadas, Noel Godin, quien en una entrevista fustigó a la Breillat con la siguiente declaración de principios: “La odio. Considero que es absolutamente intolerable. Es cine completamente represivo. Lo que ella propone es que el sexo tiene siempre algo de torturado, atormentado. Se centra en las relaciones sadomasoquistas pequeño burguesas. Toma todo lo peor de George Bataille según el cual Eros va siempre unido a Tanatos. En ningún momento aparece la explosión del placer, al contrario, asocia placer y mutilación. Es una pena porque es muy inteligente y podría hacer cine liberador y transgresor. Creo que Catherine Breillat es intolerablemente pequeño burguesa. Escribí mi crítica más despiadada del año contra Romance X. Todos los personajes se desgarran cuando hacen el amor, lo que juega el juego del aburrimiento. Son los más horribles moralistas los que dicen que los pecados nos llevan frente a los más grandes abismos. Por actrices que han trabajado con ella sé que es prisionera de sus fantasmas y que no está bien de la cabeza, llena de contradicciones sin resolver, lo que la sitúa directamente en terreno enemigo”. Primera torta en la cara contra la Breillat. Aquí viene la segunda, importada de Argentina, y lanzada por Leonardo M. Esposito de la revista El Amante Cine:

    “El problema no es el tema ni lo que se ve, sino que las ideas de la Breillat respecto de la sexualidad femenina son convencionales, aburridas y peligrosamente conservadoras”.

    De las muchas flores que le tiran a la Breillat, rescatamos la menos plástica de internet: “Catherine Breillat, cineasta del deseo femenino con visos de escándalo, describe las relaciones sexuales entre hombres y mujeres como una lucha violenta, incluso como una ejecución. Sin sentimentalismo ni ternura: sólo importa la búsqueda del placer que a menudo va unido al sufrimiento. Tras Une vraie jeune fille (1976) y 36 fillette (1988), da un paso más con Parfait amour! (1996), el relato de una relación entre un joven y una mujer madura, donde la pasión carnal conduce inexorablemente a la destrucción física del otro. Romance X (1999), deliberadamente más explícita, muestra que las relaciones sexuales son ante todo envilecedoras, a pesar de que la protagonista busca lo absoluto. En cuanto a A ma sœur! (Mi Hermana la gorda) --que también contiene un provocador punto exclamativo-- retoma las primeras obsesiones de la cineasta: el aprendizaje de la sexualidad”.

    Pasando de lo general a lo particular, confieso que estoy, como Ramón Freixas, en desacuerdo con la pornografía intelectual. Subjetivamente la veo como una negación del género, pero reconozco que es un elección estética tan válida como las demás. En lo personal, antes de flagelarme con una de Breillat, prefiero volver a ver cualquier “nudie” desaforado y libertino de Russ Meyer, pero asumo que está de moda darse golpes de pecho e infringirse heridas irreversibles en el cráneo.


-Sergio Monsalve
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