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Ismael Rivera y el lento avance de la desmemoria

-Daniel Pratt
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    Cerré la cuenta, novecientos ochenta y seis dólares en siete días. Esas cenas y esa conexión a Internet para conseguir nada, habían sido caras. Pagué 26: dos llamadas a Caracas. El resto lo pagó el cliente.

    Luis, Taxi 3T1263 Colón, llegó a las 8 cual lo acordado.


Exclusas de Gatún

    -La arrechera del hombre ¿ah mocho?

    -Eso mismo.

    Los gringos y su dinero, herederos por las vueltas de la historia de eso que llaman “el impulso urbanizador del hombre”. Los gringos y su primer paso en el sueño de dominar al mundo. Me había imaginado las exclusas más limpias, blancas. Claro, nunca tomé en cuenta de que tienen noventa años de abuso, veinticuatro horas al día.

    -Panamá: puente del mundo, corazón del universo.

    -¿Cómo?

    -Así dicen ¿Nunca has oído?



Costa Arriba

    Luis dice que le gusta más Costa Arriba porque el mar es mejor -también porque es su tierra y porque Costa Abajo era de los gringos -pienso yo. Hablamos sobre Mano e’ Piedra Durán cuando nos paramos en el kiosco de Velasco a comprar cebiche. Le comento a Luis que el día anterior comí en “Caribe”, un sitio en Cativá. Otro tipo, recostado de la barra, me contesta que es el mejor restaurante de por ahí -y el mejor disimulado -agrego mentalmente. Luis saluda al tipo, quien resulta ser un representante del gobierno local y que promete ayudarlo a resolver “el problema que tiene con la junta”. En eso a Luis se le ocurre que vayamos a buscar un cassette de Maelo y la cava –el cooler, mocho –dice.

    -Vamos a... yo vivo ahí con la familia de mi mujer, pero conseguí un terreno más arriba, que si lo viera mocho, planito y se ve todo esto. No y contraté una retroexcavadora y le hice un camino, porque tú sabe, subir ese poco e’ material...

    -¿Y qué es eso del problema con la junta?

    -Bueno es que el terreno es del gobierno ¿Vite? Pero nadie lo está usando y me metí ahí. Entonces la junta… ¿Tú sabe? La junta vecinal, se molestó. Pero lo que ellos no saben es que el representante ese que estaba ahí es amigo mío.

    Nos internamos en un barrio pasando carteles desvencijados que prometen desarrollos habitacionales que nunca fueron, imágenes con familias blanquitas y felices que resultan casi un insulto para el gentilicio Colonense.

    Luego del cooler, los chinos de la esquina, ocho Atlas. Me entero de que debo tomar Atlas y no Soberana, aunque el nombre me guste menos.

    La casetera de Luis no se limpia desde la construcción del canal. Le da todo el volumen y los parlantes van a reventar con el bajo, pero la voz de Maelo apenas se escucha. Paramos en una bomba de gasolina, destapamos las primeras dos y Luis le entra al bombero, que resulta ser un colombiano que habla panameño. El tipo nos da un poco de alcohol isopropílico con el que enchumbamos el limpiador de cabezales. Arrancamos y Maelo grita “¡Rucutúc rucutúc rucutúc rucutác!” alto y claro. El alcohol siempre arregla algunos asuntos.

    Segunda parada y tercera cerveza: un taller en donde pintan autobuses escolares para convertirlos en esos cuadros rodantes que viajan por todo el país. Les brindo unas cervezas a los artistas del tránsito a cambio de una foto. Luis habla sobre Mano e’ Piedra otra vez; sólo él y otros dos de los pintores lo vieron pelear en su época dorada. El resto escuchamos las voces de la experiencia con la envidia de los que nacen a destiempo.

    -No y tú sabes que a él no le importaba nada ¡Ey! ¿Tú no te acuerdas en la pelea con Sugar Ray Leonard por la unificación? –los demás asienten con duda –¡Ey! Le preguntan a Leonard que piensa de Durán ¿No? Y bueno el tipo dice que le tiene respeto, que ha sido campeón mundial, que ha noqueado en todos los rounds y eso y entonces cuando le preguntan a Duran el tipo dice “¡¿Tú crees que ese tipo qué?! ¡¿Que por hablá inglé va a sé gran vaina?! ¡Pues yo también espiki ingli! ¿Oiste? Este man” y pone los puños así “¡Este man pa’ mi es sagüeva! ¿Oiste? ¡SAGÜEVA!” el tipo era un salío ¡Ey! ¿Ah? Pero como pegaba.




La casa de Ismael

    Cuarta cerveza, pasamos Playa La Angosta y casas de ricos. De vez en cuando Luis señala dónde viven clientes y amigos. El paisaje de la carretera me recuerda a Tucacas, pero la de hace veinte años, no el desacierto arquitectónico de ahora.

    Llegamos secos al destino: Portobelo. Un pueblo pequeño, empujado al mar por la montaña y la selva. Quedan sólo algunas ruinas de lo que fue: uno de los puertos más importantes del mundo, el lugar por donde pasó todo el oro de los Incas.

    Luis estaciona frente a una plaza, le da durísimo al volumen. El incomprendido está frente a nosotros: un busto sobre una columna indigna de su grandeza.

    Le rindo honores -vine a verte -foto, foto, volteo y Luis está hablando en un pórtico con un negro desdentado, cabello y barba blanca, idéntico a Maelo:

    -¿Te acuerdas del programa de Jimmy Lawson? ¿El de salsa?

    -Claaaaro.

    -Bueno mocho, yo tengo el video de la entrevista, el de la última entrevista que le hicieron al brujo.

    -Claaaaro.

    -¡Ey! Figúrate tú que hasta de Borinquen pidieron la entrevista ¡Ey! Porque fue la última entrevista ¿Vite?

    -El Brujo.

    -Si mocho, El Brujo. Bueno el Lawson dice en la entrevista ¡Ey! Mira que él entrevistó a to’ el mundo ¡Ey! Que nunca se había espelucao en una entrevista.

    -Claaaaro -contesta el viejo otra vez.

    Luis me señala.

    -¡Ey! Le estaba diciendo al patrón que a Maelo le decían El Brujo porque el man no necesitaba orquesta ¡Ey! El mocho cantando solito montaba un bembé. Ése se venía caminando…

    -Echando humo ¡Eeey! –interrumpe un tipo como de mi edad sentado al otro lado del porche.

    -Ey si, porque ese venía con su baaaate –sonríe cómplice el viejo –tranquiiiilo. El venía y se quedaba ahí, casa e’ los Molinar.

    -¡Ey! ¿Dónde es eso mocho?

    -Ahí –el viejo señala la única curva del pueblo –pasa ahí y vas a ver una casa blanca de dos pisos, ahí.

    -Ahorita pasamos, ey –me dijo Luis.

    -Claaaaro. Él venía con Cortijo y con Rosa...

    -Bonilla –completamos los otros tres.

    -Y el Chorolo.

    -Ah Chorolo, también sale en el video ese.

    -¿Y no van a ve al santo? –pregunta el tipo de mi edad.

    -Pallá vamos.

    Dentro de la iglesia de San Felipe de Portobelo se escucha un escándalo de Maelo. Luis, estacionado afuera, lo tiene puesto a todo volumen. El santo impresiona, la iglesia se está cayendo a pedazos pero el altar y el púrpura imperial del nazareno revelan una opulencia que no se mide en oro. Nunca lo han podido sacar, me cuenta Luis, porque la naturaleza ataca cuando intentan. Espero mi turno para verlo. Hay un lugar frente a la estatua en el que te paras y el tipo te mira y cuando lo hace sabes que él sabe que tú sabes que él lo sabe todo. Te desnuda de piedad, de fuerza, ira y amor.



    Le rezo al Negrito Lindo de Portobelo por lo único que se le puede rezar si alguna vez has oído una canción de salsa: por los amigos.

    Recargamos en la bodega Chelita, frente a la vieja aduana. Luis se pone a hablar inmediatamente con los asiduos que beben frente al mostrador: Mano e’ Piedra y, esta vez por razones obvias, Maelo y el video de Maelo. Cuando lo nombramos, todos señalan el busto, diagonal a la plaza de la aduana, luego, al unísono, me preguntan si ya vi al negrito de la iglesia de San Felipe.

    “Yo no quiero piedra en mi camino / no quiero má” desde el taxi y todos meneamos el pie. Un flaco con una chemise Tommy rosada, con la etiqueta para afuera y el cuello levantado, llega bailando y cantando con las manos alzadas hacia el cielo

    -¡Ajá Maelo! ¡Mira! –me señala el busto.

    -Si, de ahí venimos.

    -¿Y el negrito? –señala hacia la licorería, detrás está la iglesia.

    -Ajá.

    -Francisco, para servirrrle –me da la mano.

    Les brindo una ronda. Francisco todavía meneándose toma la botella, la pone en el piso y le baila un cortejo: dos pasos, pone una mano en el piso y flexionando el brazo, haciendo una lagartija, pasa sus mejillas lentamente por el costado de la botella; primero la derecha, luego la izquierda. Levanta la cerveza y se la chupa.

    -¡Ey! Un chou pa velo ese Brujo ¿Ve? –me dice Francisco.

    -¿Tú lo viste?

    -No yo estaba tripón no me acuerdo mocho. ¡Ey! Yo ahorita pal veintiuno de octubre ¿Ve? quemo unos cidís de Maelo y ¿Ve? me resuelvo, 5 dóla cada uno, pa lo tripone ¿Ve?

    Mientras hablamos con viejos que sí habían bebido con Maelo, Francisco desaparece y vuelve con una estampa del negrito, me la regala sosteniéndola con las dos manos

    -Regalo de Portobelo, hermano.

    -Póngala en su cartera y ¡Mire! ¡Intocable! –me asegura uno de los viejos.

    Nos despedimos. Vamos a buscar la casa de los Molinar, Luis le pregunta dónde se quedaba Maelo a una vieja en un porche.

    -Bueno allá –dice la vieja con la voz quebrada por la edad y extiende un brazo delgadísimo –donde los Molinar, pero pacá venía también, con Chorolo.

    Luis me presenta y le dice a la vieja, a su hijo y a su nieto que estoy haciendo un peregrinaje a la verdadera tierra de El Brujo.

    -Ah bueno sí, él venía –contesta el hijo, como de sesenta años.

    Desde donde estoy, veo un ángulo del interior de la casa: decoración modesta, muebles de los setentas, muchas flores artificiales, piso de cemento, paredes pintadas de verde claro.

    -Sí, Chorolo habla en el video de que Maelo venía pa’ Portobelo y que eso era una fiesta.

    -Si, una fiesta, aquí se metían y les preparaban comida –contesta el hijo.

    -¡Ey! Y que una señora nosequién le preparaba un arroz con coco que...

    -Ah bueno esa es mi mamá –interrumpe el hijo. El nieto, como de treinta años, permanece callado, la mirada perdida en el cerro verde frente a la casa y siento que así es como comienza la desmemoria.

    -¡Ey! ¿Si?

    -Claro, ella, Severina Torres.

    -¡Mocho! –Luis me mira asombrado, como si hubiese descubierto un tesoro -¡Cuéntenos señora!

    Severina nos cuenta con todo el ánimo que le permiten sus doscientos años que el tipo iba y armaba una fiesta allá adentro, con esto, muy lentamente, hace un gesto hacia la casa con la mano, al tiempo que una morena hermosa, con esa indefinición que dan los dieciséis y un cuerpo semidesnudo, pasa, apenas cubierta por una toalla, por el ángulo que domino de la casa. Soy el único que se da cuenta; ella, acostumbrada a que la vean, me mira impávida, parpadea y se pierde en una puerta.



Cuando la tarde languidece, renacen las sombras

    El pueblo que vio pasar todo el oro de España es un lugar en donde, por ahora, se recuerda a un gran sonero. Le digo adiós a la segunda casa de Maelo con un pescado frito en el restaurante Santiago de la Gloria, modesto, caro y bueno. Luis comienza a hablar sobre Mano e’ Piedra otra vez mientras rodamos por la transítsmica hacia Ciudad de Panamá. Suena música de ésta época que es otra, que por un asunto demográfico pertenece más a la joven esposa de Luis que a mí o a él o a cualquiera de las personas con quienes hablamos durante el día. Ismael Rivera queda atrás, en alguna plaza de la memoria de un pueblo que muere en la selva tragado por la uniformidad cultural de occidente. Falta una hora de camino y tres para mi vuelo, estoy apurado. Me perdí las ruinas, el centro bancario, las compras, quizás las mujeres hermosas de Ciudad de Panamá. Gané un crucifijo, los ojos del Nazareno velando una foto en la cámara digital, 13 o 15 cervezas; gané, por encima de todo, un cuento, una victoria privada, clandestina, sobre el olvido.




   

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